Març 23, 2023
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El Vaivén de Rafael Cid

Rafael Cid

Ciertamente, tal como aduce Al Margen en su nota de presentación para el debate <<Populismos sin el pueblo>>, el término <<pueblo>> es polisémico, o sea comprende una pluralidad de significados distintos y a veces distantes. Esa disparidad estructural se compadece con otra característica que también acompaña a la expresión <<pueblo>>. Su anfibología, capacidad para establecer significados contrapuestos. Es lo que ocurre sin más con la palabra <<anarquía>>, para unos la <<más alta expresión del orden>> (E. Reclus) y para otros muchos, la mayoría, equivalente a caos. Incluso, completando el cuadro axiológico, cabría hablar de <<enunciados performativos>>, así llamados por el filósofo del lenguaje John L. Austin en su Cómo hacer cosas con palabras, porque su sola mención realiza hechos, son fácticas. Toda esta maraña (polisemia, anfibología, performatividad) salta al terreno de la política real cuando pretendemos analizar el actual auge de los partidos populistas y su arraigo entre la ciudadanía.

De entrada, digamos que populismos ha habido siempre en las sociedades de masas. Incluso con las notas de polisemia, anfibología y performatividad antes descritas. El fascismo y el nazismo eran en esencia populismos de derecha y el comunismo-estalinismo populismo de izquierda (anfibología habemus). Y como ocurre en la actualidad con sus secuelas, ambos experimentos políticos surgieron simultáneamente. Lo cual da a suponer que en los países donde anidaron existía una predisposición <<populista>>. Condición sine qua non para el acto performativo realizado por una casta de dirigentes de aureola carismática capaz de asegurar sus arengas como hechos probados. De suyo la traducción etimológica de <<demagogo>> es la de <<conductor del pueblo>>, del griego <<demos>> (pueblo) y <<ágein>> (conducir). En suma, los populismos, a diestra y siniestra, precisan de colectivos que busquen un salvador. Ergo, el <<Pueblo de Dios>>.

Pero ese vínculo no es inocente. Encubre un secuestro de la voluntad de una de las partes, la mayor por la menor, del pueblo-masa por su líder-caudillo (en las monedas de curso legal de la dictadura se podía leer <<caudillo de España por la gracia de Dios>>). Es decir, se necesita la declinación de una de las partes en favor de la otra. Un trueque, <<doy para que me des>> (do ut des) inequitativo. El resultado es que tal delegación de soberanía del pueblo a favor de la personalidad carismática configura un tipo de dominación autoritaria (pleonasmo legítimo) que a su vez configura una arquitectura organizativa jerarquizada y mitómana. Si se comparan los populismos del siglo XX con los populismos del siglo XXI vemos un nexo común: uno y otro surgen en momentos de crisis generalizada en sus respectivas sociedades. Entonces la Gran Depresión de 1929 y los avatares del ciclo que va desde la Primera Guerra a la Segunda Guerra Mundial, y ahora todo lo que desplegó la Gran Recesión del 2008 y sus metástasis focalizadas en la pandemia de la Covid-19. El miedo es una consejera ciega.

Llegados a este punto es donde hay que invertir la oración por pasiva. No hay populismo sin pueblo. Muy al contrario, hay populismo por <<culpa>> del pueblo. Porque, como hemos intentado mostrar anteriormente, es precisamente el pueblo el que devenido en simple masa incuba populismos anfibológicos. El secreto, pues, está en la masa. Es una regresión lo que lleva al pueblo a convertirse en pulpa informe facilitando en momentos de desconcierto la aparición de los populismos y sus cohortes. Kant decía que la ilustración consiste en abandonar la edad mental infantil, dejar de pensar como niños, comportarse como adultos, que no es sino una metáfora del bíblico <<la verdad os hará libres>>. Pero cuando la zozobra se instala en las sociedades de masas, el pueblo soberano, el <<demo>>, se desvanece. Lo cualitativo se torna en cuantitativo, lo ordinal en cardinal, haciendo posible que imperen actitudes atávicas, basadas en el instinto de supervivencia. Ámbito hobbesiano (<<el hombre es lobo para el hombre>>) que originó el contrato social a través del Estado como ogro filantrópico, punto de ignición de todas las sinergias que operan en el contexto del vendaval algorítmico. El sistema realmente existente es intrínsecamente cuantitativo, de masas, al por mayor. La economía, la política, la comunicación, todo el imaginario social que induce a la percepción opera con grandes audiencias.

Ello nos lleva a una conclusión de parte. Abolido el <<demo>>, la <<katria>> cambia de signo, y en vez de <<democracia>> surge la <<autocracia>> como endemismo. Precisamente el desprecio a la democracia ha sido y es el hilo conductor de los populismos de antaño y de hogaño. La consignada <<democracia orgánica>> (franquismo), la <<democracia popular>> (comunismo), el fascismo o el nacionalsocialismo (nazismo) eran atentados contra la democracia sin adjetivos. Como lo son en este primer tercio del siglo XXI los proyectos políticos que rubrican, mutatis mutandis, líderes como Vladimir Putin, Viktor Orbán, Matteo Salvini, Marine Le Pen, Nicolás Maduro, Donald Trump, Jair Bolsonaro, o las variantes españolas que configuran Santiago Abascal y Pablo Iglesias, dos <<antisistema>> recurrentes. Y todos ellos, en diferentes medidas y circunstancias, repiten el esquema clásico: utilizan la llave electoralista para transitar hacia modelos de <<democracias iliberales>> de impronta caudillista, señalando un enemigo exterior para afirmarse ante sus masas clientelares (los inmigrantes <<vándalos>>, los ricos <<despiadados>>, etc.). El paradigma de los populismos modernos, por su acendrado sincretismo, está en la China de los dos sistemas (capitalista por fuera y comunista por dentro). En el último congreso del Partido Comunista, celebrado el pasado octubre, su líder Xi Jinping fue coronado presidente de China para un mandato de al menos hasta el año 2032.

Pueblos hay más que uno, y los pueblos tienen los gobiernos que se merecen (un hombre es un voto y una boina también, decía uno que pasaba por allí). Contribuir al victimismo del pueblo no contribuye a su re-generación y si al oscurantismo, baldón de todo populismo que se precie. Ya en el siglo XVII Condorcet se preguntaba si era conveniente engañar al pueblo, y respondía reivindicando la transparencia: <<cuanta más fuerza adquiere la verdad menos necesitan las sociedades ser gobernadas>>. Hay que sembrar un nuevo comienzo, un <<arkhé>>, que en última instancia pasa por recuperar los pasos perdidos. La democracia bien entendida debería ser una asignatura presente en ese imperativo moral. La propia historia de la construcción de la <<demokratia>> en la Grecia clásica, con todas sus flagrantes limitaciones, nos ofrece pautas de comportamiento válidas superando aquellos elementos que la hacían selectiva. No se conquistó en una hora, fue obra de valores compartidos por un <<demo>> que se sabía controlador de su propio destino porque había creado las condiciones para que germinara la libertad en la igualdad. También de hombres audaces que, desde Solón a Clístenes, pasando por Efialtes y Pericles, supieron ponerse al servicio de ese pueblo que nunca consistió en darse caudillos que lo jibarizarán (la práctica del <<ostracismo>> buscaba disuadir a los dirigentes que se postulaban imprescindibles). Y aun así ese gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, que hizo de la isonomía (igualdad ante la ley), la isegoría (igualdad de hablar en la asamblea) y la parresia (decir verdad) seña de credencial vital, no pudo evitar la cicuta paralizante inoculada por los sicofantes (demagogos) que en épocas de incertidumbre vendían soluciones fáciles para problemas complejos.

El anarquismo, por situarse en las antípodas del populismo y del gregarismo, podía encarnar ese ideal de demópolis, como experiencia metal de autogobierno participativo. Pero para ello necesita activar una profunda reflexión sobre principios, tácticas y finalidades. Hacer las paces con la realidad para que, como decía Marx la tradición de todas las generaciones muertas no oprima como una pesadilla el cerebro de los vivos. Ciertamente existen populismos a escala sin el <<ideal>> de pueblo, pero también populismos con el aval del pueblo. Porque pueblos hay más que uno Como ese nacionalismo identitario al que hoy suele bendecir la izquierda sedicentemente internacionalista. Y aquí muchos anarquistas de nueva hornada se contentan con ir a rebufo de la izquierda, cuando el movimiento libertario es mucho mucha más que una mera circunscripción posicional. Es incompatible con esa ideología fósil que razona bajo el tropismo <<el amigo de mi enemigo es mi enemigo y viceversa>>.

Los antiautoritarios, lejos de favorecer planteamientos populistas y el dogal de la dominación en todas sus formas y componendas, fecundan modelos de cooperación y solidaridad donde el hombre es la medida de todas las cosas. Si aquella pionera <<DemoKratia>> prefiguró senderos de emancipación porque se sustentaba sobre la no cesura entre gobernar y ser gobernado, la <<DemoAcracia>> libertaria se construye sobre la ética de la responsabilidad que fue la razón de ser de la Primera Internacional. Una doble y resuelta convicción en que la autodeterminación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos y que no debe haber deberes sin derechos ni derechos sin deberes.

(Este artículo se ha publicado en el número de primavera de la revista Al Margen)




Autor font: Radioklara.org